Para
subir al Cielo, se necesita ...
Una escalera larga, apoyarla bien, y
sudar en el esfuerzo de la ascensión.
La escalera de dos largueros y diez peldaños
la entregó Dios, desde las nubes, a Moisés cuando subió a la
cumbre del Sinaí para que todo el mundo la utilizase para subir al cielo.
Jesús le quitó el
polvo de doce siglos, y la paja de las normas de urbanidad farisaicas, para hacer brillar en un larguero la marca del Amor de Dios
y en el otro el Amor al prójimo. Luego la apoyó en
una base firme: la experiencia de las obras de misericordia
hacia el prójimo que sufre. La necesidad de este apoyo es de tal
importancia que Cristo advierte que cuando retorne como Juez no
admitirá en su Reino a nadie que no las haya practicado.
El nivel de bienaventuranza
que alcancemos en el cielo será proporcional al esfuerzo medido en
sangre, sudor y lágrimas para despegarnos de los placeres de la
carne, las mentiras del mundo y el orgullo que inyecta el demonio.
Sangre por nuestras caídas, sudor de la frente en el camino hacia la
Verdad, y lágrimas para limpiar la mente con arrepentimiento por los errores.
La injusticia, en esta vida,
del sufrimiento del inocente tendrá su justa compensación
multiplicada por la palanca de la Fe en la otra vida.
Antes de emprender la tarea de
ascensión el hombre debe medir las propias fuerzas, y conocer las astucias del enemigo que primero nos encadena al suelo para luego arrastrarnos a su infierno. Comprobará que el hombre es barro sin el soplo de Dios.
La Iglesia acerca al hombre a Cristo mostrándolo al mundo como Maestro que nos enseña el
camino, como Salvador que nos libera del mundo y de nuestros
errores, y como Redentor que con su sacrificio abre las puertas
del cielo a la humanidad caída por el pecado de Adán.
Cristo nos libera de la esclavitud del demonio, nos admite como siervos suyos, y si perseveramos, como hijos herederos de su Reino.
Cristo nos libera de la esclavitud del demonio, nos admite como siervos suyos, y si perseveramos, como hijos herederos de su Reino.
Sólo ayudados con la Fuerza de
Cristo, y obedeciendo su Ley con Fe llegaremos a su
Reino de Amor, Armonía y eterna PAZ.
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