De parado a peregrino
Hace bastantes años yo también trabajaba. El trabajo me gustaba y la empresa todo lo pagaba: viajes, comidas y cursos.
El trabajo y el dinero me daban lo que llaman la autoestima o respeto social, y todo esto era como el fundamento para formar una familia.
Nunca di gracias a Dios por ello pues lo había conseguido solo con mi propio esfuerzo. Con orgullo inconsciente mi Dios era el trabajo.
Cuando un hombre pone en lo más alto de su escala de valores a su ídolo preferido, viene el Dios celoso y tira todo lo que le pones por encima hasta que construyes una escala de valores estable.
En la educación moderna desde hace 40 años se olvidó la palabra virtud y se sustituyó por la palabra valores. Pero no se sabe cuales son ni cuanto valen.
A las puertas del monasterio de San Antonio Abad en una noche de luna el sargento de un pelotón de soldados egipcios me invitó a cenar en su Ramadán y me dijo: "Yo rezo a Alá, y Alá me ha dado una buena mujer. Yo rezo a Alá, y Alá me ha dado un buen trabajo. Con ello Alá me da el dinero para vivir bien. Rezo y doy gracias a Alá".
Esta es la escala de valores estable: Dios, familia, trabajo, dinero.
La primera obligación del hombre es orar a Dios para darle gracias por darnos la vida y poder admirar la naturaleza con su fuerza y armonía.
El hombre inteligente debe ser humilde ante la grandeza de Dios que cuenta hasta los pelos de nuestra cabeza, y sin su permiso nada podemos hacer.
En esta vida Dios permite que nos autoengañemos hasta que experimentemos nuestro propio error y aprendamos la lección: "Dios es lo primero".
El pecado es la subversión en esa escala de valores.
El hombre necesita del dolor para valorar el amor, corregir el error y pagar la desobediencia e ingratitud.
Jesucristo vino al mundo como Maestro para enseñarnos la Verdad, como Salvador que nos encuentra cuando hemos perdido el Camino, y como Redentor que paga a la Justicia del Padre por nuestros pecados, y nos abre las puertas del cielo a los pecadores arrepentidos.
Hace 20 años cuando el paro era la tercera parte que en el 2015, muchos opinaban que el parado es un parásito de la sociedad, y yo pensaba que los parados nos merecemos un sueldo de los empresarios y una multa a los trabajadores.
Un sueldo del empresario porque el miedo a la pobreza del parado es más efectivo que el látigo del capataz.
Una multa a los trabajadores por su egoísmo: "Si el trabajo es bueno, ¿porqué no lo comparten?, y si es malo, ¿porqué no lo reparten?".
Todos olvidan que el trabajo es un valor en sí mismo superior al dinero que reporta porque enseña orden, disciplina y a pulir nuestras relaciones con jefes, compañeros, clientes y proveedores; todo esto fundamento de una sociedad en paz y armonía.
La iglesia huye del parado porque no solo no da sino que pide, y dice que estamos en la dictadura de lo económico, pero engorda el becerro de oro pidiendo sólo dinero y despreciando hasta ignorar al parado que se ofrece como voluntario.
El mundo y la iglesia rechazan al parado, lo expulsan y le obligan a peregrinar, para luego acusarlo de huir de la realidad y eludir su responsabilidad.
Pero Dios es más grande que el mundo, y mejor que el 12% de la iglesia heredera del apóstol que portaba la bolsa. Dios protege al peregrino que lo busca por encima del mundo.
Todos los días el peregrino admira sucesivos paisajes, y todas las noches agradece la Providencia del Creador. Cada mañana enfrenta al mundo con la sonrisa del triunfador.
La FE ya no es sólo teoría, es el mapa del Camino, es la confianza en el Protector que utiliza al peregrino para premiar la virtud de la hospitalidad como la de Abraham, nuestro padre en la fe, que vivió 100 años en tienda de campaña.